El templo era de un estilo clásico, compuesto de un espacio cuadrangular, amplio, que por el frente y por los dos lados tenía unas recias paredes de dos metros de altura, rematándolas un ángulo agudo, muy al estilo tradicional canario. Entre cada dos paredes había un cuadrado pequeño, más alto, con el centro también elevado. Y la pared del fondo, la que más sobrecogía de todo el Calvario, era la misma de los lados rematada encima por un triángulo. Tres cruces pegadas a la pared del fondo, tres pequeñas hornacinas y cuatro cipreses en el suelo eran todo lo que tenía el vetusto y pobre Vía Crucis. Lo derrumbó un Sacerdote durante su estancia en nuestra parroquia. Destruyó los muros, quitó las cruces, destrozó las capillas y dejó como recuerdo dos cipreses, uno de los cuales se ha perdido. Después sustituyó todo por una gran hornacina que es de desmesurado tamaño para el grupo escultórico que lleva dentro. Este último grupo, una pequeña Piedad, se compró durante el tiempo pastoral de Manuel Díaz Luján, el sacerdote que siguió en la parroquia a don Domingo Morales.

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